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Fractales: el curioso fenómeno responsable del equilibrio en la naturaleza y en nuestro organismo

Por EC Brands

En la naturaleza encontramos numerosas muestras de morfología fractal, desde las plantas y la cuenca de los ríos hasta nuestras neuronas o el propio ADN. Hacemos un viaje por la naturaleza y nuestro organismo, desde las formas más primigenias hasta las más cotidianas como la del agua que bebemos cada día.

Si observamos la hoja de un helecho, comprobaremos que sus formas son identificables, se repiten, siguen un patrón y, además, son escalables. Estas simetrías asimismo se trasladan al resto de la planta: sus ramas y las múltiples hojas que lo forman también siguen esos patrones geométricos. Unas veces, estos patrones son más evidentes, mientras que otras no son tan fáciles de reconocer en un primer vistazo como por ejemplo ocurre con los árboles y la manera, aparentemente anárquica, en la que crecen sus ramas, pero que responde a un principio de simetría geométrica. Si continuamos mirando a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que en la naturaleza este fenómeno, aunque oculto a simple vista, ocurre asiduamente. Y tiene un nombre, fractales. Hay quien los conoce como la huella de Dios y quien los interpreta como pequeños guiños del universo, pero estas geometrías repetidas hasta el infinito son las que moldean y mantienen la armonía del planeta.

Por increíble que nos parezca, también están en nuestro propio organismo. Solo hay que fijarse en la forma de las neuronas, en las ramificaciones de nuestros pulmones y riñones e, incluso, en esas espirales que configuran nuestro ADN. Un vínculo entre el cuerpo humano y la naturaleza que ha inspirado a muchos artistas. Es el caso de la fotógrafa Agnieszka Lepka, que plasma esta relación a través de sus obras. La polaca lo hace a través de primeros planos que, según explica, muestran “las similitudes entre la naturaleza y el ser humano”. Esta conexión la podemos encontrar también en una simple gota de agua. Si la observamos bajo el microscopio, podremos ver cómo comparte una misma armonía morfológica cuya composición nos habla de su origen.

© Agnieszka Lepka
© Agnieszka Lepka
© Agnieszka Lepka
© Agnieszka Lepka
© Agnieszka Lepka
© Agnieszka Lepka

En la Serranía de Cuenca, en pleno Parque Natural y a 950 metros sobre el nivel del mar, se encuentra un manantial con 3.600 años de historia y unas aguas con una composición mineral de propiedades mineromedicinales. Durante 36 siglos cada gota de lluvia ha ido filtrándose entre sedimentos jurásicos y minerales puros, enriqueciéndose con minerales como magnesio, potasio y calcio, a una temperatura natural constante de 21 grados y un caudal estable de 5.410 litros por minuto para dar lugar a las aguas de Solán de Cabras.

Entre esos minerales que ayudan a nuestro desarrollo fisiológico, destaca el magnesio, que es necesario para más de 300 reacciones bioquímicas en nuestro cuerpo y cuyo déficit “provoca fallos en el crecimiento, alteraciones en el comportamiento, irritabilidad, debilidad y pérdida del control muscular”, según explica la Fundación Española del Corazón. Y que también tiene esa morfología fractal (pequeños cristales) que está tan presente en la naturaleza. En el caso del agua, el magnesio se presenta de forma iónica, por lo que tiene una biodisponibilidad más elevada y el organismo lo absorbe mucho mejor, contribuyendo a alcanzar los niveles diarios recomendados.

También es relevante su aporte de calcio, un mineral al que no se le suele prestar atención cuando hablamos de agua, pero que cuenta con ciertas ventajas respecto a los lácteos por su alta tolerancia y es especialmente útil para personas con intolerancia a la lactosa o alergia a las proteínas lácteas. Asimismo, tiene niveles bajos de sodio, por lo que es adecuada para aquellas personas que siguen una dieta baja en este nutriente. Al ser natural, el agua de Solán de Cabras también es adecuada para la preparación de alimentos infantiles, incluso la leche de fórmula.

Precisamente, la composición mineral de estas aguas ha atraído a numerosas civilizaciones a lo largo de los años: desde los romanos en el siglo II a.C hasta el rey Carlos IV que, tras los estudios del doctor Francisco Forner, declaró las aguas de utilidad pública y proclamó el espacio como Real Sitio de Solán de Cabras. Gracias a sus propiedades medicinales, a principios del siglo XX sus botellas se vendían en farmacias. Hoy, el envase es azul no solo por estética, sino para “proteger el agua de cualquier alteración lumínica para que su sabor y propiedades permanezcan intactas e invariables”, indican desde la marca.

Desde Solán de Cabras también miman la forma en la que el agua llega a la botella. “Cada gota se decanta cuidadosamente aprovechando la ley natural de la gravedad, sin necesidad de extracción. Asimismo, nuestra agua pura reposa en un acuífero subterráneo inaccesible para finalmente ser envasada a menos de 100 metros del manantial”, apuntan desde la marca. Al usar el 2% del caudal, devolviendo el resto a la naturaleza, tampoco generan estrés hídrico.

Una relación entre lo natural y las necesidades de nuestro organismo que la marca de agua ha sabido cuidar desde sus orígenes, convirtiéndose en un producto indicado por especialistas para diferentes etapas de la vida como la infancia, el embarazo o la lactancia.