Si observamos la hoja de un helecho, comprobaremos que sus formas son identificables, se repiten, siguen un patrón y, además, son escalables. Estas simetrías asimismo se trasladan al resto de la planta: sus ramas y las múltiples hojas que lo forman también siguen esos patrones geométricos. Unas veces, estos patrones son más evidentes, mientras que otras no son tan fáciles de reconocer en un primer vistazo como por ejemplo ocurre con los árboles y la manera, aparentemente anárquica, en la que crecen sus ramas, pero que responde a un principio de simetría geométrica. Si continuamos mirando a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de que en la naturaleza este fenómeno, aunque oculto a simple vista, ocurre asiduamente. Y tiene un nombre, fractales. Hay quien los conoce como la huella de Dios y quien los interpreta como pequeños guiños del universo, pero estas geometrías repetidas hasta el infinito son las que moldean y mantienen la armonía del planeta.
Por increíble que nos parezca, también están en nuestro propio organismo. Solo hay que fijarse en la forma de las neuronas, en las ramificaciones de nuestros pulmones y riñones e, incluso, en esas espirales que configuran nuestro ADN. Un vínculo entre el cuerpo humano y la naturaleza que ha inspirado a muchos artistas. Es el caso de la fotógrafa Agnieszka Lepka, que plasma esta relación a través de sus obras. La polaca lo hace a través de primeros planos que, según explica, muestran “las similitudes entre la naturaleza y el ser humano”. Esta conexión la podemos encontrar también en una simple gota de agua. Si la observamos bajo el microscopio, podremos ver cómo comparte una misma armonía morfológica cuya composición nos habla de su origen.
En la Serranía de Cuenca, en pleno Parque Natural y a 950 metros sobre el nivel del mar, se encuentra un manantial con 3.600 años de historia y unas aguas con una composición mineral de propiedades mineromedicinales. Durante 36 siglos cada gota de lluvia ha ido filtrándose entre sedimentos jurásicos y minerales puros, enriqueciéndose con minerales como magnesio, potasio y calcio, a una temperatura natural constante de 21 grados y un caudal estable de 5.410 litros por minuto para dar lugar a las aguas de Solán de Cabras.
Entre esos minerales que ayudan a nuestro desarrollo fisiológico, destaca el magnesio, que es necesario para más de 300 reacciones bioquímicas en nuestro cuerpo y cuyo déficit “provoca fallos en el crecimiento, alteraciones en el comportamiento, irritabilidad, debilidad y pérdida del control muscular”, según explica la Fundación Española del Corazón. Y que también tiene esa morfología fractal (pequeños cristales) que está tan presente en la naturaleza. En el caso del agua, el magnesio se presenta de forma iónica, por lo que tiene una biodisponibilidad más elevada y el organismo lo absorbe mucho mejor, contribuyendo a alcanzar los niveles diarios recomendados.